domingo, 19 de noviembre de 2023

OJALÁ, POR “DIOS”, ¡OJALÁ!


POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PONERSE DE ACUERDO Y TAN FÁCIL ESTAR EN DESACUERDO O POR QUÉ JUNTO SE ESCRIBE SEPARADO Y SEPARADO SE ESCRIBE TODO JUNTO.

 

Por Daniela Schadendorf Capriles

 

Un largo título para una breve reflexión que forma parte de la hermosa paradoja que significa existir. De esas en las que no se haya respuesta y las preguntas manan de un cerebro en plena erupción. La más recurrente, seguramente, el por qué.

 

¿Por qué a los humanos nos cuesta tanto estar en paz, convivir en armonía, disfrutar sin tantos altibajos y peleas constantes? ¿Por qué el conflicto es nuestro estilo de vida preferido? Lo llevamos como quien luce un traje a la medida, muchas veces lo ostentamos a grandes voces, con gritos lo alardeamos, cuando algún coche nos quiere rebasar en la autovía.

 

Y no me refiero a episodios coyunturales como el road rage tan común en una sociedad metastatizada por el estrés; me refiero a esa ansia interna de estar generando un evento que comentar, de imponerse sobre el otro, de hacer “valer mis derechos” y aplastarte como a una hormiga en el proceso.

 

Peleas de pareja, desacuerdos familiares, la miserable insatisfacción laboral, protestas callejeras, guerras… ¿Es que acaso el conflicto es un virus, una bacteria, un cordyceps inmune a toda vacuna? La verdad es que siempre hemos vivido en pleitos, desde la revolución cognitiva hace 70 000 años, el hombre ha encontrado en los bienes, los territorios y los dioses, las excusas perfectas para levantar los puños.  

 

¡Ojalá, por “dios”, ojalá fuera la sed de justicia y no el egoísmo su origen! Obviamente, ante el inminente manotazo, los mecanismos de defensa se activan, efecto acción-reacción modo ON y de un puñetazo asimos el garrote, disparamos el revólver, lanzamos el misil y apretamos el botón.

 

Sí, para muestra un botón. Es una pena que sea un botón de destrucción masiva el que sirva como ejemplo para definir nuestra cultura. Ese botón al que hemos llegado porque nos parece terriblemente difícil ponernos de acuerdo y simplemente, como siempre, tomamos el camino más fácil: el de la discordia, la incordia, la envidia, el “esto-es-mío-sólo-mío-y-no-lo-comparto-con-nadie.” ¡Ojalá, por “dios”, ojalá ese botón fuera el de reset y poder comenzar de nuevo con las lecciones aprendidas!

 

No somos capaces de llevar la fiesta en paz. Llegamos a las lunas de otros planetas, descubrimos los quantums y todavía seguimos discutiendo si tu dios es mejor que el mío y ni siquiera los hemos visto nunca.

 

¡Y a mí qué me importa! ¿Por qué no nos dejáis en paz a los que queremos vivir en paz?

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