miércoles, 23 de diciembre de 2020

La pérdida de un ser querido


La pérdida de un ser querido genera dolor, desorientación, rabia, culpa, vacío... Perder a alguien se puede comparar a sufrir una herida o una amputación, por lo que necesitamos un proceso de cicatrización y reorganización. El corazón necesita reacomodarse. 

Al principio, la herida duele, nos exige delicadeza y cuidados. Poco a poco, si ponemos de nuestra parte, comenzaremos a curar; sin embargo, no olvidemos que las cicatrices, por lo general, dejan huella.

El primer paso para superar un duelo es la aceptación: reconocer que lo que ocurrió, ocurrió. Si luchamos en contra de la realidad siempre terminaremos perdiendo. Para asumir las cosas duras conviene buscar apoyo: acercarnos a las personas más conscientes es positivo; sin embargo, el principal apoyo es el que nos demos a nosotros mismos, es decir, las conversaciones clave son las que tenemos con nosotros mismos. 

Te regalo un ejercicio que puede ayudarte a asumir mejor la pérdida de un ser querido.
Gracias por haber compartido conmigo parte de tu vida:

“Nunca es tarde”. Ahora mismo podemos comunicarnos mediante nuestra imaginación con las personas que se han marchado. Es posible que ellas puedan escucharnos de alguna manera.

Escríbele una carta de agradecimiento a esa persona que ya no está. Drena lo que sientes que quedó pendiente. Puede ayudarte ver las fotos, leer las cartas, todo lo que te ayude a conectarte con las emociones vividas. Asume esta recapitulación como un ritual para atesorar las experiencias que compartieron.

Una vez hayas hecho esa carta, puedes guardarla para leerla cuando hayan transcurrido varias semanas. Luego, una buena opción es quemarla, para permitir que el fuego transmute tus sentimientos. 

Permite el cambio. Acepta la perfección del momento presente. Esa persona no te ha abandonado: sigue viviendo en tu corazón. 

Por Daniel Duque 
@danielduque21

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Las lealtades conscientes e inconscientes a los nuestros (Parte I)

Para ser "buenos miembros de familia" muchas veces actuamos de determinadas maneras sin siquiera darnos cuenta. De los nuestros heredamos creencias, valores, formas de ser y actuar. En nuestra infancia absorbemos, prácticamente sin barreras, patrones que nos pueden influenciar toda la vida. 

Para conocernos es necesario observarnos e identificar nuestras creencias y paradigmas. Una vía es prestar atención a nuestros diálogos (internos y externos). Seguidamente, es necesario reconocer qué conviene desmontar y qué reforzar para lograr nuestro avance.

Las Constelaciones Familares evidencian que actuamos en función a las lealtades conscientes e inconscientes a los nuestros (aunque esto incluso nos juegue en contra). De esta manera, por ejemplo, puede ocurrir que a un joven que le encanta pintar, no lo haga porque en su casa decían que los artistas son unos desorientados. 

En nuestra madurez podemos reconocer qué hemos hecho con la idea de no ser "ovejas negras". 

Para liberarnos de las ciegas lealtades el primer paso es admitir que de ninguna manera podemos retribuir la vida que nos fue dada. La vida es un regalo demasiado grande, por lo que concierne es hacer algo significativo con ella. 

“Si un hombre se encuentra a sí mismo, poseerá una mansión en donde morará con dignidad todos los días de su vida”. James Michener 

Por Daniel Duque
@danielduque21

martes, 8 de diciembre de 2020

Tanto apuro, ¿para qué?


Quien vive a las carreras muy probablemente es inconsciente de que cuando no tomamos un tiempo para relajarnos, nos dificultamos el recorrido. Al no parar nos ponemos una traba a nosotros mismos, que tarde o temprano nos hará caer.

El ansioso muchas veces refleja en su cuerpo el estrés que lo acosa: se come las uñas, se pellizca las cutículas, se muerde los labios, frunce el cejo, se le ve con cara de trauma, sufre de insomnio, acné, dolor de espalda, cuello, cabeza, u otra enfermedad. El estrés incide en los pensamientos y emociones por lo que genera miedos y frustraciones.

¿Cómo reconocer si eres un acelerado?

1. Haces más de una actividad a la vez. Te domina la hiperactividad mental, por lo que sueles dejar cosas que comienzas por la mitad.
2. Tus frases típicas son: “Estoy apurado”, “A última hora se me complicó”.
3. Quieres acelerar a los otros. “¿Será que puedes caminar un poquito más rápido?”
4. No duermes lo suficiente. 
5. Saturas tu agenda con actividades con poco intervalo entre una y otra. “Yo llego, aunque sea tarde, pero llego”.
6. Miras el reloj a cada rato.
7. Te cuesta disfrutar del placer. Cuando comes, ingieres los bocados rápidamente y no te das tiempo ni para la sobremesa. La prisa te roba los momentos gratos de la vida.
8. Como sueles irte volando, pierdes tus pertenencias. Luego tienes que regresar a buscarlas y así pierdes más tiempo. 

¿Alguna idea para disminuir el aceleramiento?

Darte masajes y practicar Yoga, Taichi, o cualquier disciplina física que contemple lo emocional, lo espititual y el gran valor de la respiración.

Bailar, reír, reunirte con tus amigos a hacer un picnic en contacto con la naturaleza.

Trata de integrar a tu vida aunque sea a veces la “Slow Culture” (Cultura de la Lentitud), que nos enseña a apreciar la calidad de los momentos de calma. Esta cultura demuestra que podemos apoderarnos del tiempo, en lugar de arrojarnos a su tiranía. La ‘Vida Slow’ no significa pasividad: persigue una redistribución de la energía vital con el fin de alcanzar una mejor calidad de vida.

Cerramos con estas dos perlas:

“El hombre vulgar, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla”. Lao Tse

“La prisa y el necio se topan frecuentemente”. Doménico Cieri

Por Daniel Duque @danielduque21

OJALÁ, POR “DIOS”, ¡OJALÁ!

POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PONERSE DE ACUERDO Y TAN FÁCIL ESTAR EN DESACUERDO O POR QUÉ JUNTO SE ESCRIBE SEPARADO Y SEPARADO SE ESCRIBE TODO JUN...